ABANICO/ Integridad, palabra hueca

Por Ivette Estrada

Existen palabras que se desgastan y pierden autenticidad, certeza y brillo. La integridad es así.

Durante décadas, muchas empresas trataron la integridad como un accesorio reputacional, no como un eje estructural. Se convirtió en un término decorativo en informes anuales, en códigos de ética que nadie lee, en campañas de responsabilidad social que maquillan más que revelan. Y ahora que el mundo exige autenticidad, transparencia y coherencia, nos damos cuenta de que no sabemos cómo sostenerla sin que se nos desmorone entre los dedos.

Esa pulverización es porque la integridad se volvió performativa: Se actúa la integridad, pero no se vive. Se simula en los protocolos, pero no se encarna en las decisiones.

Es incómoda. La integridad implica renuncias, límites, decir “no” cuando todo empuja al “sí”. Y eso no siempre es rentable. También es relacional. Esto implica que no existe en abstracto. Se construye en el vínculo con otros, en la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.

Cada institución cuenta su propia versión de lo que significa “ser íntegro”, y muchas veces esa versión está diseñada para proteger intereses, no para revelar verdades.

Una cultura de integridad no se impone ni se decreta: se cultiva. Y para ello, se requieren capas narrativas, simbólicas, legales y emocionales que se entretejan como un tejido vivo.

Más que héroes morales, necesitamos relatos que muestren la complejidad de actuar con integridad en contextos adversos.

No basta con castigar la corrupción: hay que diseñar incentivos que reconozcan la congruencia entre discurso y acción.

Enseñar integridad no es enseñar reglas, sino enseñar a sentir las consecuencias de nuestros actos en los otros. ¿Cómo se siente la integridad? ¿Cómo se vive en el cuerpo, en el lenguaje, en el silencio?

Así como el arte puede ser circular y sustentable, la integridad también puede ser reciclada: reconocer errores, corregir, aprender.

Entonces, ¿Qué rituales podríamos inventar para institucionalizar el reconocimiento de incoherencias sin caer en la culpa paralizante?

La integridad es coherencia, pero también la asunción real y tajante de que la diversidad existe, que la riqueza se conforma con perspectivas diferentes, con el trabajo en equipo, con el auto reconocimiento de nuestras propias creencias, fortalezas y convicciones. Emerge cuando logramos abrazar nuestros valores con el proyecto que sostenemos, cuando no existe una bifurcación, duda o lejanía. Cuando la misión empresarial resuena con nosotros y una unicidad que no puede fragmentarse, pero si logra coincidencias felices.

La integridad es compenetración y parte, siempre, del autoconocimiento.

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