Por Ivette Estrada
Hay oficios olvidados, como los escritores de cartas de amor porque el WhatsApp sustituyó a las palomas mensajeras y las palabras hoy las suplantan caritas insulsas con corazones. Emojis en lugar de la recreación minuciosa de los significados que damos a personas y acciones. Sin embargo, existe una labor que muchos buscan de manera discreta o abierta y sin rubores: los intérpretes de sueños.
Desde siempre, los sueños nos conducen a una realidad distinta a la que se acota al mundo tridimensional donde sólo se puede aprehender lo existente a través de cinco sentidos. Pero intuitivamente sabemos que hay más verdades develadas bajo los párpados.
Entonces resulta muy atrayente decodificar los mensajes de los sueños. El rico panorama onírico está lleno de simbolismos y hay quienes osan simplificar todo con una lista de objetos y significados ilógicos y muchas veces funestos. Incluso, en el mercado existe un mítico Libro de los sueños, lleno de ambigüedades y verdades torcidas.
“Soñar que se te cae un diente implica una muerte inminente” y más sentencias fundamentadas como éstas.
¿Por qué buscamos quien interprete nuestro mundo más íntimo y secreto?
Por la misma razón por la que acudimos ciegamente al médico para que nos “cure” de una dolencia sin atrevernos a escrudiñar el nexo entre hábitos y síntomas y tomar sin miramientos lo que se prescribe en una receta.
¿De verdad nos curará esto?, ¿por qué no nos hacemos responsables de algo tan trascendental de nuestra propia salud y bienestar?, ¡por qué otro tiene un poder tan grande sobre nosotros? Porque evadimos la responsabilidad del propio cuerpo. Lo mismo ocurre con nuestra realidad emocional y subconsciente: la evadimos y buscamos a otro que interprete.
Si. A un ajeno, a veces desconocido, le damos las llaves de nuestro reino interior. Le ofrecemos el poder sin más.
En el Antiguo Testamentos los sueños aparecen como una voz de Dios. Tal es la trascendencia de ellos. Y del manejo inescrupuloso de ellos habla en el Génesis, cuando José revela descuidadamente un sueño y por ello termina vendido como esclavo.
El mensaje es imple: toda la riqueza de tu mundo interior sólo es un mensaje para ti. No debes inmiscuir a nadie más en la interpretación. Te convertirías en su esclavo. Estarías a merced de su palabra y decodificación.
Entonces, ¿el sueño es una bruma imprecisa y carente de significados? No. Es una elaborada metáfora de un mensaje que sólo el marco referencial propio puede interpretar y aprovechar. Un sueño es sinónimo de inquietud, anhelos, respuestas y aprendizaje. El crisol inmenso de posibilidades.
Las experiencias, credos, valores, expectativas y discernimiento propios son los únicos que pueden revelar significados y trascendencia de un sueño, vida paralela a nuestra realidad diurna o “despierta”. El subconsciente tiene mucho que decir todavía.